El paseo por dos pueblos de la Provenza no sólo impactan por su emplazamiento único, vistas y arquitectura: son las grandes capitales del perfume francés y nos conducen a la revelación de las fragancias y al encanto de los más variados aromas.
Grasse y Eze, trepados en las laderas montañosas sobre el Mediterráneo, son dos pequeños pueblos donde desde hace siglos se desarrollan los secretos de las más exquisitas fragancias del mundo.
Desde el siglo XVI, Grasse empezó a especializarse en la fabricación de guantes perfumados, una costumbre popularizada por Catalina de Médici, siendo hoy en día conocida como la tierra de los perfumes. El cultivo de flores es también una parte importante de este pueblo, ya que se necesitan muchos kilos de flores para lograr un poco de esencia.
200 kilos de lavanda, flor típica de la zona, hacen uno de extracto.
También se utilizan esencias de origen animal o sintético. De todas partes del mundo llegan a Grasse las materias primas para la elaboración de los perfumes.
El pueblo de Eze también se consagra a la fabricación de perfumes. Es uno de los mejores ejemplos que puedan encontrarse de los llamados “village perchés”, es decir, literalmente “colgados” de la montaña, como se los hacía en tiempos medievales para protegerse mejor de los ataques enemigos.
Tierra prometida de artesanos y perfumistas, del laberinto de sus calles parece surgir perfume a rosas, a violetas, a jazmines, geranios y retamas.
Generaciones de expertos han transmitido celosamente los secretos para extraer esencias y quintaesencias (sustancia obtenida al cabo de cinco destilaciones sucesivas). Antiguamente se usaban procesos como la maceración, una invención de Grasse, donde grasas de alta pureza se mezclaban con flores a unos 60 grados de temperatura.
Durante dos horas, la infusión se revolvía con paletas de madera hasta que el perfume de las flores se trasladaba a las grasas.
Si se trataba de flores muy delicadas, como el jazmín, el procedimiento usado era el “enfleurage à froid”, que permitía trasladar el perfume de los vegetales a las grasas en frío, hasta que el producto obtenido se lavaba con un alcohol que absorbía el perfume y, al evaporarse, dejaba sólo la esencia.
Aunque estos métodos ya no se usan, tanto el Museo Internacional de la Perfumería como los pequeños museos que pueden visitarse en las fábricas de Fragonard, Molinard y Galimard –cada una de estas casas de perfumería tiene sedes que pueden visitarse en Eze y Grasse– ilustran las antiguas tradiciones y revelan algunos secretos de las “narices”, como se llama a los expertos perfumistas encargados de crear nuevas fragancias.
Se trata de perfumes de la más alta calidad, creados por artesanos que llevan casi tres siglos de experiencia en el sector.
De visita en Grasse, hay que detenerse también en la Casa-Museo Fragonard, residencia del pintor Jean-Honoré Fragonard, una gloria del rococó en cuyas obras parece fundirse todo el esplendor de los colores con los exuberantes perfumes de su ciudad natal.
Fragonard fundada en 1782, dispone de una gran variedad de fragancias propias y una amplia gama de productos, tanto para hombres, como para mujeres: perfume, agua de perfume, agua de colonia, cremas, cosméticos, jabones, velas o ambientadores para el hogar.
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