Gertrude Bell | la reina no coronada
del desierto
A lo largo de los siglos, muchos fueron los
viajeros intrépidos, verdaderos pioneros en el arte de viajar. Entre todas las
historias una de las que me parecen más increíbles es la de Gertrude Bell, una
rica heredera inglesa nacida en 1868, en la rígida y opresiva época victoriana,
en especial para el género femenino.
Su madre fallece a los 3 años y su padre, el industrial Hugh Bell,
quien suministraba casi la mitad del hierro que necesitaba el Imperio
Británico, vuelve a casarse con una joven escritora de cuentos infantiles,
quien introduce a Gertrude en el mundo árabe contándole exóticos relatos
orientales.
Siempre se destacó por su inteligencia y consciente de este
potencial su progenitor la envía a los 16 años al prestigioso colegio
londinense Queen’s College y posteriormente a la Universidad de Oxford, donde
se graduó en Historia Moderna, pero fue sólo un reconocimiento informal, Oxford
no dio ningún título universitario a una mujer hasta 1920.
Estos hechos inusuales, la convierten en una joven tal vez un poco
arrogante y difícil para su tiempo, donde el único propósito era encontrar un
marido. Hasta su propio padre le pide que “disimulara su inteligencia y
moderara sus muestras de saber, al menos hasta estar casada, luego podría hacer
lo que quisiera”.
Florence, su madrastra, para ver si mejora su carácter o mejor
dicho si encuentra marido, a los 24
años, la envía a Persia (actual Irán), dejándola al cuidado de su hermana
casada con un diplomático inglés. Allí en el ámbito de la embajada inglesa, se
enamora de Henry Cadogan, culto y seductor pero sin fortuna, su padre rechaza la relación por este motivo.
Frustrada y cansada de este destino, a los 31 años, decidió dar un
cambio rotundo en su vida e inicia así su trayectoria. Viaja a Jerusalén a
perfeccionar el árabe. Entre los 8 idiomas que hablaba con fluidez, incluido el
inglés por supuesto, estaba el persa, turco, árabe y francés.
Recorre Europa, que parece que no despertar en ella ningún interés
especial, excepto la de escalar los Alpes, ya que era montañista y fue la
primera mujer que logró esta hazaña.
Los viajes que la transformaron fueron a Persia (actual Irán),
Mesopotamia, Turquía, Siria, Palestina, Líbano, Arabia y Egipto.
En 1899 decide planificar
una expedición al desierto, dirigida por ella misma. Quien conoce el
desierto entenderá su fascinación, ella amó
el desierto y a sus habitantes,
los beduinos. Nadie los entendió como ella, tal vez porque compartían la pasión
por la libertad y la pasión de contar historias.
En Atenas conoce a David Hogarth, el prestigioso investigador del
British Museum, quien la introduce a la arqueología. Viaja a Siria y llega
hasta la capital de los Nabateos en Petra, Jordania y a las ruinas romanas de
Palmira. Estudiaba todo con gran empeño y dedicación. Su hallazgo más
importante fue la fortaleza-palacio de
Ujaidir (en el actual Irak), que descubrió en el año 1909, en su camino desde
Siria a la Mesopotamia.
En su andar por la vida, se convirtió en escritora, fotógrafa,
experta en política del Medio Oriente con gran influencia, arqueóloga,
cartógrafa, exploradora, funcionaria del gobierno británico y espía.
Tuvo muchas profesiones pero lo que en realidad la defina es ser
viajera. Durante sus viajes sacó fotos, escribió interesantes libros y notas de
prensa y también se escribió mucho sobre ella. Tuvo tiempo para tener grandes
amores, hombres que la cautivaron porque respetaban su forma de ser y porque
admiraban su intelecto.
Fue tratada de igual por jeques de temerarias tribus. Su profundo
conocimiento sobre la geografía de la región de Medio Oriente la llevó a participar, en la Conferencia de
Paz junto a después de terminar la Primera Guerra Mundial, destacándose por ser
la única mujer. En 1917 fue nombrada
como Secretaria de Oriente, un
puesto importantísimo en el Servicio de Inteligencia Británico.
Fue convocada por Winston Churchill para asistir a la Conferencia
de El Cairo, su intervención fue decisiva para trazar el límite del estado de Irak
y lograr su independencia. Es en este país
donde funda el Museo Arqueológico de Bagdad, ciudad donde murió en julio
de 1926, a los 57 años de edad.
A la izquierda:
Winston Churchill (con gafas), Gertrude Bell y T. E. Lawrence (Lawrence de
Arabia) en Giza durante la Conferencia de El Cairo (1921).
Pero como lo nuestro es viajar, voy a detenerme en su extravagante
equipaje para el desierto. Temblarían los autobuses de los circuitos de ahora
si la verían aparecer con sus baúles y maletas. ¿Y qué llevaba? Manteles de
lino, cubiertos de plata, vajilla de porcelana, una extraña bañera desmontable
hecha de lonas, ropa elegante casi toda de color claro, hasta abrigo de pieles,
vestidos de cola y muchos sombreros. Eso de los 23 kg o una maleta por persona
no era para ella: antes muerta que sencilla.
Así fue la vida de esta
mujer que rompió todos los moldes, amante del peligro. Una vida apasionante, la
de una mujer que no se dejó vencer por los cánones de una época asfixiante y
prejuiciosa.
Solo puedo decir en su contra, que no le simpatizábamos las
mujeres, por considerarlas débiles emocionalmente e incapaces de tomar esas
decisiones, tal es así que formó parte
activa en la Liga Nacional de Mujeres Antisufragio.
Así fue la vida de esta notable mujer con su parte de luz y de
oscuridad, pero ante todo una mujer que jamás de detuvo ante los obstáculos
Nota: Si quieres saber más sobre ella, no te pierdas la película
“La reina del desierto” protagonizada por Nicole Kidman, una biografía novelada
bastante cercana a la realidad.
Si querés vivir esta experiencia contáctate con nosotros +54
351 5685110
Por Silvia Socci
para Destefanis Travel
Comentarios
Publicar un comentario